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Cuidado del Intestino

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INTESTINO DELGADO 

El intestino delgado es un tubo largo y delgado, que sigue al estómago y tiene tres partes: duodeno, yeyuno e íleon.  Mide entre 6 y 7 metros. 

Una vez que los alimentos salen del estómago, ya han sido parcialmente digeridos y se transforman en una papilla semilíquida llamada quimo. El estómago envía el quimo parcialmente digerido al duodeno poco a poco, a través de una “válvula” llamada esfínter pilórico, para que el intestino tenga tiempo de trabajar correctamente.

Su función principal del duodeno, es terminar de digerir los alimentos y absorber los nutrientes esenciales, como proteínas, carbohidratos, grasas, vitaminas y minerales.

Durante el proceso digestivo:

  • Duodeno. Es la primera parte del intestino delgado y se conecta directamente con el estómago. Este quimo pasa al intestino delgado, donde permanece entre cuatro y seis horas. A lo largo de ese recorrido, mezcla el quimo con bilis (procedente del hígado y de la vesícula biliar: digieren las grasas) y enzimas pancreáticas (procedentes del páncreas; digieren las proteínas, azúcares y grasas.). 

  • Yeyuno e íleon. Absorben la mayoría de los nutrientes. El quimo se mezcla también con agua y moco, lo que hace que su consistencia se vuelva cada vez más líquida y fluida.

En el interior del intestino, encontramos vellosidades y microvellosidades, que permiten una absorción eficiente. Todo lo absorbido pasa a la sangre, que se transporta al hígado, y luego al resto del cuerpo. Además, el intestino delgado realiza movimientos rítmicos llamados peristaltismo, que ayudan a mover los alimentos y mezclar todo con los jugos digestivos.

El quimo transcurre a través del intestino delgado durante un periodo de tiempo aproximado de entre cuatro y seis horas A medida que los aliemntos (el quimo) avanzan por el intestino delgado, su textura va cambiando. Al salir del estómago y entrar en el duodeno, el contenido es bastante ácido, pero allí se mezcla con bilis y enzimas pancreáticas, que reducen esa acidez y ayudan a seguir descomponiendo los alimentos.

Durante este recorrido, el intestino delgado absorbe casi todos los nutrientes y la mayor parte del agua que el cuerpo necesita. Solo una pequeña cantidad de líquido (alrededor de un litro) llega finalmente al intestino grueso.

 

INTESTINO GRUESO 

El intestino grueso es un tubo más ancho y corto que el intestino delgado: mide alrededor de 1,5 metros de largo.

Comienza justo donde termina el intestino delgado, en una zona llamada válvula ileocecal, y se extiende hasta el ano, por donde el cuerpo elimina los desechos.

Se divide en varias partes:

  • Ciego y apéndice. El ciego es la primera parte del intestino grueso. Desde el ciego sale una pequeña bolsita alargada en forma de dedo llamada apéndice. Aunque durante mucho tiempo se creyó que el apéndice no tenía ninguna función, investigaciones recientes sugieren que podría tener un papel en el sistema inmunológico y en el mantenimiento de la microbiota intestinal, especialmente en edades tempranas. Aun así, no es un órgano esencial, y puede extirparse sin causar consecuencias graves si se inflama (como ocurre en una apendicitis).

  • Colon ascendente, transverso, descendente y sigmoideo. Se encuentra en el lado derecho del abdomen, y es la sección que sigue al ciego. Su función principal es continuar el paso de los restos de comida que vienen del intestino delgado. En esta zona, los residuos comienzan a subir lentamente mientras el cuerpo empieza a absorber más agua.

    Luego, el contenido pasa al colon transverso, que atraviesa el abdomen de derecha a izquierda, justo por debajo del estómago y el hígado. Aquí, los restos continúan su transformación en heces, perdiendo más agua y compactándose poco a poco.

    Después, el material llega al colon descendente, que baja por el lado izquierdo del abdomen. En esta zona, las heces ya están casi formadas y se van acumulando, en preparación para ser eliminadas.

    Por último, el colon sigmoide, que tiene una forma curva parecida a una “S”, conecta con el recto y actúa como una especie de “almacén temporal”, donde las heces se mantienen hasta que llega el momento de ir al baño.

  • Recto y ano. El recto es la última parte del intestino grueso, y termina en el ano. Normalmente, el recto está vacío. Las heces se almacenan en el colon hasta que llega el momento de ser expulsadas. Cuando el colon se llena, las heces bajan al recto, lo que provoca la sensación de necesidad de evacuar. Las personas adultas y los niños mayores pueden controlar este impulso y esperar el momento adecuado para ir al baño, pero los bebés y niños pequeños aún no tienen ese control.

    El ano es la abertura final del aparato digestivo, por donde las heces salen del cuerpo. Está rodeado por un músculo en forma de anillo llamado esfínter anal, que mantiene el ano cerrado hasta que llega el momento de la defecación.

Cada parte del intestino grueso, contribuye a compactar los residuos, absorber agua y preparar el material para su eliminación a través del ano, lo que hace que este pase de ser líquido a una forma más sólida. Así es como se forman las heces. También secreta moco, que ayuda a lubricar el contenido intestinal y facilita su paso hacia el recto. Por último, alberga una gran cantidad de bacterias beneficiosas, que ayudan a fermentar algunos restos de alimentos no digeridos. 

Este proceso puede producir gases intestinales, algo totalmente normal.

 

Estrategias nutricionales para aliviar síntomas y prevenir complicaciones en enfermedades intestinales

Manejo nutricional para enfermedades intestinales Comunes

La nutrición tiene un papel fundamental en el manejo de las enfermedades del intestino, ya que influye directamente en la inflamación, la integridad de la mucosa intestinal y la regulación del tránsito digestivo.

Muchas de estas patologías se asocian a intolerancias o sensibilidades alimentarias, que pueden agravar los síntomas si no se identifican y abordan de forma adecuada. Adaptar la alimentación según la tolerancia digestiva individual es esencial para mejorar el bienestar y prevenir desequilibrios nutricionales.

Además, la dieta impacta directamente sobre la microbiota intestinal, cuyo equilibrio es clave para el mantenimiento de la salud digestiva, el control de la inflamación y la modulación del sistema inmunitario.

Cada enfermedad intestinal puede beneficiarse de estrategias nutricionales específicas, que no solo alivien síntomas como distensión, dolor, diarrea o estreñimiento, sino que también promuevan una recuperación funcional a largo plazo y ayuden a prevenir complicaciones.

A través de un abordaje dietético personalizado, se busca restaurar el equilibrio intestinal, mejorar la calidad de vida y apoyar el tratamiento médico de forma integral.

Las recomendaciones dietéticas y las dietas dietoterapéuticas, deben adaptarse a cada persona según al contexto clínico, su tolerancia digestiva y su cultura alimentaria.

La información ofrecida en esta web es general y no sustituye una pauta individualizada. Por ello, la educación nutricional es fundamental: educar al paciente es clave para aprender a manejar la enfermedad y los síntomas de forma eficaz, permitiendo tomar decisiones informadas que favorezcan la salud del intestino a largo plazo.

Enfermedades comunes del intestino

El SIBO (por sus siglas en inglés, Small Intestinal Bacterial Overgrowth) o sobrecrecimiento bacteriano en el intestino delgado es una alteración caracterizada por la presencia anómala y excesiva de bacterias en zonas del intestino donde normalmente su concentración es baja. Esto puede interferir en los procesos normales de digestión y absorción, generando síntomas como distensión abdominal, gases, dolor, diarrea o estreñimiento, digestiones pesadas y, en algunos casos, pérdida de peso o deficiencias nutricionales.

El SIBO no es una enfermedad en sí misma, sino una manifestación de un desequilibrio intestinal que puede estar asociado a múltiples causas, como alteraciones en la motilidad intestinal, cirugía abdominal previa, enfermedades inflamatorias, uso prolongado de antibióticos o inhibidores de la acidez gástrica.

El tratamiento suele incluir antibióticos específicos o fitoterapia antimicrobiana para reducir la carga bacteriana, además de un abordaje nutricional que ayude a controlar los síntomas y prevenir recurrencias. En algunos casos se emplean dietas bajas en FODMAPs o con restricción temporal de ciertos carbohidratos fermentables, aunque su aplicación debe ser individualizada y supervisada para evitar desequilibrios nutricionales.

La alimentación juega un papel importante tanto en el control sintomático como en la recuperación de la función intestinal, pero debe adaptarse al contexto clínico, la tolerancia digestiva y el estado nutricional de cada persona.

La gastroenteritis infecciosa es una inflamación aguda del tracto gastrointestinal, causada por virus, bacterias o parásitos. Se manifiesta principalmente con diarrea, náuseas, vómitos, dolor abdominal y, en algunos casos, fiebre. Su aparición suele estar relacionada con el consumo de alimentos o agua contaminada, contacto con personas infectadas o malas prácticas de higiene.

El tratamiento se centra en la prevención de la deshidratación y el alivio de los síntomas. En la mayoría de los casos, la enfermedad es autolimitada y mejora en pocos días, pero en algunos grupos (niños, personas mayores o pacientes inmunocomprometidos) puede ser necesario un manejo más cuidadoso.

Desde el punto de vista nutricional, durante la fase aguda se recomienda una alimentación de fácil digestión, fraccionada y adaptada a la tolerancia individual. Es fundamental mantener una hidratación adecuada, utilizando agua, caldos suaves o soluciones de rehidratación oral. A medida que mejora la tolerancia digestiva, se pueden reintroducir progresivamente alimentos ricos en carbohidratos complejos, proteínas magras y frutas cocidas o en puré. Evitar alimentos muy grasos, azucarados o con alto contenido en fibra insoluble ayuda a reducir la irritación intestinal.

En el caso de infecciones prolongadas o recurrentes, puede ser necesario revisar la alimentación más a fondo para prevenir deficiencias nutricionales y restablecer el equilibrio de la microbiota intestinal.

El Síndrome del Intestino Irritable (SII) es un trastorno funcional crónico del aparato digestivo que se caracteriza por dolor abdominal recurrente asociado a alteraciones en el ritmo intestinal, como diarrea, estreñimiento o una alternancia de ambos. Aunque no produce daño estructural en el intestino, puede afectar significativamente la calidad de vida de quienes lo padecen.

Su causa no está completamente establecida, pero se ha relacionado con alteraciones en la motilidad intestinal, hipersensibilidad visceral, disbiosis intestinal, antecedentes de infecciones gastrointestinales y factores emocionales como el estrés. Los síntomas suelen aparecer en respuesta a ciertos alimentos, cambios hormonales o situaciones de tensión.

Desde el punto de vista nutricional, el abordaje debe ser individualizado y progresivo. En muchos casos se observa mejoría con la reducción de ciertos alimentos fermentables, como los incluidos en el grupo FODMAPs (oligosacáridos, disacáridos, monosacáridos y polioles fermentables), aunque esta estrategia debe aplicarse con supervisión profesional para evitar desequilibrios nutricionales. También es clave identificar intolerancias personales (como a la lactosa o la fructosa), mejorar los hábitos de alimentación, regular el tránsito intestinal y favorecer una microbiota saludable.

El SII no tiene una única pauta dietética válida para todos los casos; la alimentación debe adaptarse al subtipo de SII (con predominio de diarrea, estreñimiento o mixto), al estilo de vida y a las sensibilidades alimentarias individuales.

Las intolerancias alimentarias son reacciones adversas no inmunológicas que se producen tras la ingesta de determinados alimentos o componentes, debido a una deficiencia enzimática, sensibilidad a ciertos compuestos o mecanismos aún no completamente esclarecidos. A diferencia de las alergias alimentarias, no involucran una respuesta del sistema inmunitario, pero pueden causar molestias digestivas significativas.

Entre las más comunes se encuentran la intolerancia a la lactosa (por déficit de la enzima lactasa), la intolerancia a la fructosa, al sorbitol, y la sensibilidad no celíaca al gluten. Los síntomas más frecuentes incluyen hinchazón abdominal, gases, diarrea, dolor abdominal, náuseas o digestiones pesadas, que aparecen tras el consumo de los alimentos implicados.

El diagnóstico adecuado es esencial, ya que muchas de estas intolerancias comparten síntomas con otras patologías digestivas como el síndrome del intestino irritable o el sobrecrecimiento bacteriano (SIBO). El tratamiento consiste en identificar el componente problemático y ajustar su consumo según la tolerancia individual, evitando restricciones innecesarias que puedan afectar el equilibrio nutricional.

El abordaje dietético debe ser personalizado, progresivo y supervisado, con el objetivo de reducir síntomas sin comprometer la variedad ni la calidad de la alimentación. También puede ser necesario planificar la reintroducción controlada de ciertos alimentos para evaluar tolerancia o prevenir carencias.

El estreñimiento es un trastorno funcional caracterizado por una disminución en la frecuencia de las deposiciones, heces duras o dificultad para evacuarlas. Puede estar acompañado de sensación de evacuación incompleta o esfuerzo excesivo. Es una alteración frecuente que afecta a personas de todas las edades y, cuando se vuelve crónica, puede impactar en la calidad de vida y favorecer complicaciones como las hemorroides.

Las hemorroides son dilataciones venosas en la zona del recto o el ano, que pueden inflamarse y generar molestias como picor, dolor, sangrado o sensación de presión. Su aparición puede estar asociada al esfuerzo durante la evacuación, el embarazo, el sedentarismo o una dieta pobre en fibra.

Desde el punto de vista nutricional, la alimentación desempeña un papel clave tanto en la prevención como en el tratamiento del estreñimiento y de las hemorroides. Una dieta rica en fibra (procedente de frutas, verduras, legumbres y cereales integrales), junto con una hidratación adecuada y una rutina intestinal regular, puede mejorar el tránsito intestinal y reducir la presión en la zona rectal. También es importante identificar y modificar hábitos que contribuyen al problema, como el sedentarismo, la baja ingesta de líquidos o el consumo excesivo de alimentos ultraprocesados.

En casos persistentes, puede ser necesario ajustar el tipo y cantidad de fibra, incorporar alimentos específicos o, en algunas situaciones, valorar el uso temporal de suplementos o medidas farmacológicas bajo supervisión.

La enfermedad celíaca es una enfermedad autoinmune crónica que se desencadena por el consumo de gluten (una proteína presente en el trigo, la cebada y el centeno) en personas genéticamente predispuestas. La ingesta de gluten provoca una respuesta inmunitaria anormal que daña la mucosa del intestino delgado, lo que afecta la absorción de nutrientes y puede generar síntomas digestivos y extradigestivos.

Los síntomas varían ampliamente e incluyen diarrea, distensión abdominal, pérdida de peso, anemia, fatiga, alteraciones del crecimiento en niños, entre otros. También puede presentarse de forma silenciosa, sin síntomas evidentes, pero con daño intestinal.

El único tratamiento efectivo actualmente es una dieta estricta y permanente sin gluten. Esto requiere eliminar completamente el gluten de la alimentación y prestar atención a la contaminación cruzada, etiquetado de productos y alimentos ocultos. Una vez que se retira el gluten de la dieta, la mucosa intestinal tiende a regenerarse, y los síntomas suelen mejorar progresivamente.

El seguimiento nutricional es esencial para garantizar una alimentación equilibrada, evitar déficits, especialmente de hierro, calcio, vitamina D, folatos o vitamina B12, y aprender a manejar con seguridad la dieta sin gluten en el contexto de la vida cotidiana.

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